Las Gerberas están asociadas a la alegría y la cercanía, son símbolo del andar, el cariño y el afecto. Por eso ahora quiero que compartas conmigo el caminar.
Este pedazo de mi corazón te lo entrego ahora con esta flor...
Estas son mis Gerberas para ti...

GERBERAS


AUTOEVALUACIÓN
¡VALIÓ LA PENA! Definitivamente valió la pena
Volver cuatro años atrás desde la convicción que siento en este preciso momento, no tiene más significado que el que tuvo en el pasado, en el proceso y sus descubrimientos, encuentros, frustraciones, angustias, crisis, satisfacciones, alegrías y toda la demás secuencia interminable de pasos que me construyeron como la artista que soy hoy: artista escénica – bailarina, aerealista y conmovedora Javeriana.
Vuelvo al inicio para reconstruir el camino que he pisado hasta llegar a la certeza que vislumbro hoy, y esto es lo primero que encuentro: “piensa en lo que harías toda tu vida aún sin que te pagaran por ello, lo que te hace verdaderamente feliz, y ahí está tu respuesta”. Escuché a mis padres decir esto miles de veces, siempre que salía a la luz alguna conversación sobre qué estudiar en la Universidad. Nunca me pareció difícil responderlo, sabía que quería ser artista. El problema no era entonces encontrar dicha respuesta sino tener el valor para comunicarla. Encerrada en el temor, las expectativas, las reacciones, los estereotipos, y lo que la sociedad diría sobre mi decisión de estudiar arte; afirmé muchas veces que sería politóloga, psicóloga, incluso ingeniera. Siempre tuve un sabor amargo al pronunciar estas palabras con mi boca. Algo muy dentro mío se sentía traicionado, dolido, pero yo estaba convencida de que esa era la mejor repuesta para traer “paz” a mis papás. El problema era que estaba quitándome mi propia paz.
Sin darme cuenta, el tiempo pasó demasiado rápido. Estaba en grado once y la máscara de “estudiante convencional” estaba por resquebrajarse, pues la decisión de carrera se acercaba y yo estaba decidida a no renunciar más a mi verdadera respuesta. Llegó la semana de universidades en el colegio, semana en la que visitamos las diferentes universidades de la capital para conocer sus programas y sus campus. Conocí por primera vez la Pontificia Universidad Javeriana, y fue amor a primera vista. Me enamoré de mi segunda casa: la facultad de artes. Fue una emoción tan profunda y fuerte que recuerdo haber sentido ganas de llorar en ese lugar repleto de arte, danza, música y gente haciendo del baile su vida, en donde los corredores se llenaban de saludos amorosos, y los salones estaban llenos de artistas trabajando incansablemente por ser mejores a cada paso. Todo esto me hizo sentir en casa. Tomé mi decisión y no había nada ni nadie que pudiera hacerme cambiar de opinión. Ese era mi mundo, esa era mi gente, ese era mi lugar, yo pertenecía a ese lugar.
Y así comienza mi camino de cuatro años que me transformaron y le dieron propósito, vida y razón a mis aspiraciones, a mi sueño de ser artista.
MIS PRIMEROS PASOS
Es gracioso pensar cómo tanta emoción se encuentra rápidamente estrellada por algo que nunca pensé vivir, algo como de película, algo como el COVID-19. Es realmente extraño como un suceso histórico imprevisible puede darle un vuelco a la vida. Dentro de todos los posibles escenarios que imaginé, jamás pensé que mi primer día en la universidad sería frente a una pantalla, conociendo los rostros digitales de mis compañeros y maestros, y teniendo que cambiar toda la sala de mi casa para poder hacer ballet sin pegarme contra la mesa del comedor. La vivencia de esta época fue muy difícil para mí. Recuerdo pensar que no tenía mucho sentido estudiar una carrera tan personal, humana y de tanto contacto a través de una pantalla. Aunque eso me frustraba, siempre intenté entrar a clase con la mejor actitud y disposición. Esto, hasta que me topé con mi primera dificultad: la falta de confianza en mí misma.
Al encontrarme con gente que, debo reconocer, tenía mucha más formación que yo, empecé a preguntarme si había empezado muy tarde, si realmente podría y tendría las capacidades para convertirme en una buena artista. Lo pensé dos veces, pensé en renunciar. Poco después entendí, gracias a la maestra Catherine Busk quien marcó mis inicios en la carrera, que la propuesta del arte en la que me estaba formando era holística y amplia, y era eso, una formación. Era un proceso en la que podía equivocarme, podía no ser como los otros, podía ser yo misma preparándome para ser la bailarina que soñaba (es importante resaltar que, al ingresar a la carrera, yo estaba convencida de que quería ser bailarina y nada más). Me decidí entonces por seguir dando cada vez más de mí y proveerme yo sola la seguridad en que podía hacerlo. Entendí que el arte no se trata del talento, sino de lo que haces en la disciplina con ese talento y esto me permitió empezar crecer.
Seguí dando así mis primeros pasos y me desviví por el ballet, gracias a la maestría de Iván Vargas en las clases de Principios de la Danza II y la Técnica Básica Intro Ballet Clásico. Estas me permitieron ver en mí un cuerpo inteligente, y me abrieron los ojos a un soma lleno de posibilidades. Aunque regido por su naturaleza, mi soma podía alcanzar y apropiarse de estilos y mecánicas de los que aún no tenía conocimiento (en este caso, por ejemplo, el aplomo, la elongación y la alineación sistémica), y que ahora me enorgullece haber encontrado. No hay agradecimiento más grande por estas clases que la realización de que YO SOY SENSACIÓN.
Desde entonces vivo en la claridad del sentir que me aborda y me guía a cada paso. Formo a partir de aquí una conexión muy estable con mi cuerpo y con lo orgánico del movimiento.
Casi al mismo tiempo en que ocurría este enamoramiento por el ballet, me redescubrí en la danza contemporánea junto al maestro Rafael Nieves. Me investigué desde la técnica en su arraigo a la tierra, y desde el entendimiento del suelo como otro ser. En su grandeza, esta danza me otorgó el descubrimiento de mi centro y del juego con los puntos de apoyo. Me otorgó el conocimiento del ser, el espacio y el otro como unidad. Desde muy temprano, el ballet y la danza contemporánea se convierten en grandes espacios de investigación para mi movimiento y perfil, entendiendo, con el descubrimiento al que había llegado, que por más de que “no haya bailarina sin técnica”, “tampoco hay técnica sin bailarina”. Desde este punto comprendo que soy yo quien se apropia de la danza, sin comparaciones ni percepciones de niveles. Yo soy en la danza como ser vivo y me esfuerzo por seguir comprendiendo. Vivo en mi danza.
QUE LO QUE PIENSO SEA POESÍA
Descubro ahora en mi camino el nacer de una potencia valiosa. Ésta es muy significativa porque me ayudó a ver cómo el cuerpo en movimiento y el cuerpo en pensamiento se complementan por fuerza y sustancia. Estoy hablando de la escritura. En la Puesta en Escena Repertorio de la Danza, guiada por la maestra Eloisa Jaramillo, me surgió una curiosidad muy grande por el concepto de la repetición. Pude entender la importancia del archivo, del tener registro escrito de lo que acontece y lo que me acontece. Empiezo a desenvolverme en la palabra a través de canciones y poemas que me ayudan a plasmar ideas, preguntas y sentimientos sin necesidad de ser realmente explícita. Empiezo a llevar registro de mi proceso y atesoro por siempre el desembocar de la experiencia en la escritura. Encuentro en estas palabras entrelazadas la posibilidad de llevar un archivo representativo de mi experiencia en primera persona, al cual puedo volver para encontrar mi verdad.
De esta Puesta en Escena me llevo dos grandes regalos: la escritura y la conciencia sobre lo irrepetible de la repetición. De esto último guardo como conclusión vivir en el momento presente, en la diferencia constante. Investigar en cada momento sobre lo que implica la repetición porque, finalmente, nada vuelve a ser lo que fue, pero sí puede volver a ocurrir.
SISTEMAS Y POTENCIAS
Me encuentro ahora en un punto importante de mi proceso, en el que reconozco que lo que he aprendido hasta el momento no puede ser llamado “el gran inicio”, sino apenas la pequeña partícula que ayuda a que empiece “el gran inicio”. Estoy en quinto semestre, haciendo el Laboratorio de Laban y el Ensamble Elysium, los cuales me cambian por completo la “afirmación” que había construido sobre mí misma, según la cual yo ya había aprendido el más grande lenguaje dancístico, y era el detalle lo que debía seguir investigando. Estas clases me demuestran lo sobre-estimada que estaba, y me devuelven al reconocimiento de que el aprendizaje es lo único no perecedero.
Con la guía inspiradora de Sara Regina Fonseca, encuentro en Laban no sólo un sistema de análisis de movimiento, sino, mucho más que eso, un sistema de descubrimiento y reconocimiento propio. Un encuentro con el movimiento honesto y personal, que me distingue libre, súbita y firme, pero también sensible y capaz de conmover. En el desarrollo de esta asignatura, encuentro cómo bailar una emoción. Descubro mi huella personal y aprendo del poder de la intuición, de lo inexplicablemente certero en el sentir. Es una sensación compleja y grata la de entenderme como un perfil en movimiento. Alguien que se sostiene por su peso, se manifiesta por su pasión, se deja llevar por un flujo libre y se caracteriza por su veloz temporalidad. Alguien que se abruma con el espacio. Este laboratorio me revolucionó, me cambió la manera de verme y percibirme no sólo como bailarina, sino también como un ser humano que vive con una llama de fuego viva, ardiente y alborotada. Fueron muchos momentos únicos de sorpresa, descubrimientos, preguntas y contradicciones que me llevan hoy a reconocer mis habilidades y mis debilidades, mi perfil y no perfil, y las maneras como puedo jugar con todo esto para crecer, expandirme y visitar la danza de infinitas formas.
Elysium, un ensamble dirigido por Olga Cruz, James Cousins y Sarah Storer, me enseñó que en el arte puedo ser lo que creo que no soy. Este espacio de creación fue confuso para mí: me llevó a caminar por la realidad queer, retó mis ideales frente al colectivo, destruyó en mí la barrera del teatro, me obligó a escuchar e interpretar la mirada de tres coreógrafos diferentes y me mostró la extra-cotidianidad en su máxima expresión. Tenía que manejar demasiada información y al final eso me despertó. Me despertó en el sentido en que me ayudó a darme cuenta de cómo funciona el mundo laboral profesional real, y me abrió los ojos frente al camino que me quedaba por recorrer. Entendí que la técnica que poseía no era tan inmensa como yo pensaba, y que aunque no estaba mal, no podía dormirme sobre eso, o dejarlo pasar.
Vi en este ensamble que, si bien el trabajo y la disciplina proyectan, el tiempo es un factor que no se puede obviar. Había conciencias en mí que todavía requerían tiempo. En este espacio creativo noté que me faltaba consciencia de la espacialidad y las planimetrías, del balanceo, de las inversiones y de las curvas. En lo personal, sentí lo que me faltaba en cuanto a la creación de personaje. Comprendí que aquella afirmación del lenguaje estaba muy alejada de mi realidad y atendí a este despertar desde la profundización, el registro, la sensación, la escucha y la apropiación. Comencé a entender que me ceñía a un camino que no tiene final, pues de aprender, se aprende todos los días.
EL ESTALLIDO, LA REALIZACIÓN
Las sorpresas no dejan de aparecer y el encuentro con mi esencia se vislumbra cada vez más cercano. Entré al espacio creativo del Ensamble Palimpsest, dirigido por el maestro Iván Vargas. Con mucha duda y cierta inseguridad me enfrenté a un proceso de creación que exigía de mí mucha técnica, precisión y musicalidad. Al comienzo me sentí sobrepasada, pero pronto descubrí la razón de estar allí: el encuentro con la esencia de la humanidad. Poco a poco empecé a entender que allí había algo más, algo que superaba la propia danza: el propósito de conmover. Me entregué a esta idea y a esta aspiración, y me encontré no sólo conectada sino también motivada. Viví un proceso que me permitió ver la esencia del participante, despertada por la magia del arte danzado.
Más allá de eso, viví el encuentro conmigo misma. Con el gesto que propiciamos al cierre de la pieza, rompimos la creencia social de que son los artistas quienes reciben flores por su entrega en el escenario. En lugar de esto, nosotros convertimos el acto escénico en una razón para ofrecer y entregar flores a los participantes que nos acompañaban. Entendí que, en mi vida, en la vida toda, lo que yo quiero es emocionar, quiero entregar . Quiero ser la razón de la sorpresa al recibir una flor que no se espera, y ofrecer mi gratitud a quien con su presencia le da vida a mi arte. Agradezco con el alma este proceso creativo que me otorgó la posibilidad de correlacionar emoción y técnica, que me entregó la grandeza de la relación humana en la creación y la compartición del arte, que me permitió recobrar la vivencia profunda que había encontrado desde mis primeros pasos con el ballet, y que me permitió engrandecerla, darle más certeza, pasión y vida. Agradezco, sobre todo, que este proceso me regaló las flores más valiosas que he tenido, las que se entregan a los demás.
También hay más, más vida, más encuentro, y una nueva pasión: los aéreos. Mientras me encontraba en esencia dancística, una nueva vertiente de expresión se asomaba y lo hacía en forma de tela color azul. Quería probar cosas nuevas que desde antes habían llamado mi atención. En este punto decidí abrir más mis posibilidades de trabajo técnico y me inscribí en el Laboratorio de Aéreos. Después de varios semestres de “regularidad”, me sentí vivir de nuevo. La tela me llenó de vida, me permitió desde la altura soltar todas las cargas del día a día. Me entregué a ella porque allí nada más importaba, nada más pesaba, nada más contaba. Qué bien se siente ir ligera. Me sentí libre, y con esa libertad me sentí empoderada; con ese poder me comprometí a asumir lo que implica soltar la vida a una tela.
Fue mágico encontrar mi cuerpo en un juego constante, en contra y a favor de la gravedad. Me enamoré del vuelo y de la altura, de la adrenalina incontrolable al dejar soltar y caer, al dejar que el aire fuera quien decidiera. Me enamoré del aéreo porque me permitió encontrarme en una técnica y en un acondicionamiento muy distinto al que yo conocía. El aéreo me dio la posibilidad de desarrollar nuevas conexiones, activaciones y fortalecimientos. Me enamoré del riesgo y del vacío que se convierte en inmensidad al evidenciar el caer.
Para completar este ciclo, me desviaré de lo que encontré y hablaré de lo que me encontró. No sé si por coincidencia o por razón, viví una de las crisis más grandes que he atravesado en la carrera. Tuve mi primera lesión fuerte en el proceso, pero esta resultó venir acompañada de una profunda escucha y una gran investigación que pude desarrollar gracias a la Puesta en Escena de Visión Somática. Meses antes, pensando sobre qué Puesta en Escena inscribir para el siguente semestre, estaba perdida tratando de escoger una opción que me llamara la atención y que no hubiera visto antes. De la nada, encontré como última asignatura en la lista de Puestas en Escena en el campus virtual: Visión Somática. “¿Por qué no?”, me dije. Sin saberlo, acababa de inscribir la ruta de transformación de la frustración a la satisfacción que necesitaría para poder continuar mi proceso de formación con la presencia de una tendinitis aquiliana. Por esto que creo que, en lugar de encontrarla, esta Puesta en Escena, me encontró a mí.
El llamado al cambio de conciencia al que me llevó la investigación planteada en esta clase me regaló desde entonces y para siempre el entendimiento de que una lesión, más que un bloqueo, es un obsequio. Es el grito y el permiso que pide mi cuerpo para volver a la sabiduría innata que vive en él. Las pausas son un obsequio para ver lo que vive más allá de la instancia dudosa en la que uno puede sentirse ante una lesión. Son una posibilidad de expansión del movimiento, gracias a la cual uno encuentra que la expresión artística no tiene que desaparecer o disminuirse con la aparición de una lesión.
DUDAR Y CREAR
¿Soy acaso una buena bailarina?, es la siguiente pregunta a la que me enfrenté en el proceso. Este cuestionamiento llega durante la Técnica Básica de Contemporáneo con el maestro Yovanny Martínez. Desde un principio, esta clase me mostró que íbamos a trabajar en cosas que yo nunca había experimentado o en prácticas de las que yo no había hecho plena conciencia en mi lenguaje de movimiento, a pesar de haber incorporado en mi perfil la danza contemporánea. Cosas como el desbalance, las suspensiones invertidas, la coordinación múltiple en velocidad, el equilibrio desequilibrado y el movimiento sostenido, me mostraron la novedad y la diferencia en la maestría. Al verme enfrentada a tantos retos, volví a aquella duda que tenía sobre mi “suficiencia” durante los primeros semestres de la carrera. Cuestioné mi capacidad, mi talento, mi ser como bailarina, mi futuro, mi aprendizaje. Dudé de quien yo era y de lo que hacía allí, en ese espacio.
Después de mucho intentar, de mucho caos e incertidumbre y de varios episodios de ansiedad, volví a ver la razón. Me centré en el propósito, y la respuesta del pasado volvió a iluminarme en el presente: yo me hago en la técnica, la técnica no me hace a mí. Con ello me redescubrí en un espacio que despertó todo tipo de emocionalidad, y llegué a la conclusión de que no necesito cumplirle a nadie más que a mí misma. Que sólo debo ser fiel a mi proceso, buscando entre preguntas y respuestas una mejor versión de mi danza y mi movimiento. Crucé la crisis en miedo y duda, pero la superé reconociendo el valor de mi trabajo, atendiendo a mi necesidad por sentir y bailar lo que soy. Acudí a la realización de que, en esta técnica, la cual surge en su gran mayoría del piso móvil, hay un gran potencial de trabajo, y que a mí me interesa seguir investigándome en ella.
Luego de esta experiencia vuelven a mi proceso la escritura y la música; la creación y la vulnerabilidad que me muestran que todo se vale. Gracias al Laboratorio de Composición Coreográfica me re-identifico como una artista sensible e intuitiva que descubre el valor de un viaje colectivo, en cual que se revela que no estamos solos en el mundo. Reconozco que al hacer esto más visible nos unimos y nos hacemos más humanos. En este proceso, también me reconozco desde una posición de liderazgo que me da confianza, y que más adelante me permite desenvolverme satisfactoriamente en el Ensamble Taller Producción.
En el Laboratorio de Composición Coreográfica me acompañó también , una canción que nació de mi más profunda necesidad por conmover y reafirmó la satisfacción que me genera poner en escena algo que soy, algo que siento y que tiene valor emocional. Como consecuencia, proyecto de aquí una vida y un futuro fuera de la universidad que se construye artísticamente como un camino lleno de sueños hechos acción… hechos movimiento y canción.
LO ÚLTIMO DE LA CASA
Al darme cuenta de que el cierre se acerca, de que los últimos días en la casa se aproximan más de lo que quisiera, pienso en aquello que me cambió, que quiero volver a vivir y de lo que me quiero apropiar con mayor conciencia. Revisito algunos de los espacios de mayor descubrimiento a lo largo de mis semestres en la carrera. Decido volver a tomar los Laboratorios de Laban y Aéreos. Me encuentro con que, definitivamente, aquello de volver a ver algo no existe. Aunque los pude revisitar, estos espacios me mostraron algo totalmente nuevo y diferente a lo que había aprendido antes. Es claro que la primera experiencia repercute en mí al entrar de nuevo a los espacios investigativos, pero lo que alguna vez ocurrió, es ahora motivo de nuevos encuentros con mi movimiento y mis valores artísticos.
Reencontrarme con Laban me muestra un trabajo de voz que nunca había tenido. Encuentro en mí una dicción muy interpretativa y llena de proyección que no había utilizado de manera teatral. Reconocí que la voz también es movimiento porque, aunque no venga de la plena acción corporal externa, emerge de un sistema interno y activo de resonadores, apoyos y aire. Esta vez, Laban me entrega el regalo de la voz movimiento y de la mezcla del movimiento interno y externo como impulsadores del motivo escénico. Al mismo tiempo me afianzo en el perfil libre y súbito, y también me arriesgo más a salir de él. Aéreos me muestra la fuerza que he ganado y las posibilidades que dan la constancia y el proceso. En este Laboratorio compruebo que sin la continuidad del entrenamiento no hay crecimiento, y que gracias a las búsquedas constantes que suceden dentro, e incluso fuera, de las aulas de clase, puedo sentir la evolución en mi cuerpo/soma. Me siento inspirada por mis avances y lo que veo es sencillamente el resultado de un proceso.
Para cerrar, me permito reunir todo lo que aprendí en un ensamble que me retó a experimentar en conjunto la danza, los aéreos, el canto, el texto y la voz. Más Profundo que la Piel, dirigido por Humberto Canessa, fue un proceso muy nutritivo y especial para mi formación como artista, pues me demostró el poder de la interdisciplinariedad y del confluir armoniosamente en un espacio. En él me permití sentir y vivir todas mis pieles, toda mi versatilidad. Me sentí transformada al aceptarme en totalidad como herramienta para el arte. Me sentí reuniendo todos los conocimientos que había adquirido a lo largo de la carrera. Aún con errores, miedos y expectativas demasiado altas sobre mí misma, mi vulnerabilidad traspasó mi propia piel para convertirse en la piel del otro, para construir un órgano vivo e inmenso que latía por un mismo corazón: el arte.
IRSE
Ahora me voy y estoy viviendo mis últimos días en la casa artística que me vio nacer, que me vio crecer, que me entregó todo lo que soy y lo que anhelo ser. Los pensamientos me sobrepasan al cursar mis últimas clases. Pienso que el tiempo se me escapa de las manos y a veces me fallo al querer demostrar todo lo que he aprendido. Los pensamientos intrusivos me invaden y me pregunto si realmente estoy lista, si podré salir al mundo para hacer sentir a los demás la cura del alma que el arte me regaló y que quiero compartir.
Me invaden muchos cuestionamientos sobre la técnica, la fuerza y la suficiencia. Me siento intimidada por mí misma. Esas aulas ya no serán más mi refugio, esos maestros ya no estarán día a día en mi vida, esos amigos ya no serán mi primer saludo a las siete de la mañana. Entonces paro y recuerdo todo lo que he caminado, lo que he aprendido y crecido, todas las frustraciones, dolores y cuestionamientos que me han cambiado. Recuerdo las muchas alegrías, celebraciones y descubrimientos que me han transformado, y entonces me convenzo de que estoy lista. Hoy la carrera me hace sentir lista.
Sin embargo, no puedo evitar sentir nostalgia al hacer mis últimos grand battements en el 7ª. Me siento abrumada al tomar mis últimas fotos frente a los espejos del vestier del primer piso; confundida al trenzar por última vez las telas en la tramoya del aula múltiple. Me siento temerosa de hacer escuchar mi voz fuera de las paredes que me la dieron. Me siento irme y se me escurren las lágrimas, sabiendo que este es quizás el último escrito que haré para los ojos de los maestros que me leen. Pero, sin duda alguna, es agradable volver sobre mi proceso y ver todo lo que he logrado, pensar en las oportunidades que se me han brindado. Hoy doy gracias por cómo me he construido con la guía de tantos maestros y profesores, por los espacios de aprendizaje inagotable que tuve y por el despertar de mi esencia. Ahora, con todo lo que he vivido y crecido, lo único que me queda por decir es:
¡VALIÓ LA PENA! Definitivamente valió la pena.











